El proceso de globalización ha revitalizado la manera en que las antropologías de la migración venían estudiando al fenómeno migratorio, logrando colocar a esta área de estudio, tradicionalmente marginada, al frente de los estudios globales que intentan desafiar las viejas dicotomías en el análisis migratorio como la trayectoria rural-urbana del migrante o los modelos económicos de
push-pull. Sin embargo, pese a ese esfuerzo –el de desafiar las posturas funcionalistas y estructurales en el análisis de la migración--, no podemos dejar de observar que, en la práctica, los estudios antropológicos sobre migración de a mediados de los noventas y finales del siglo XX siguen cargando con una velada concepción de centro-periferia que ha hecho que la mayoría de éstos se hayan enfocado a las transformaciones que ocurren en las ciudades fronterizas grandes del noroeste de México, olvidando que el proceso de globalización ha sido fundamental en la definición de nuevas tendencias migratorias, caracterizadas por una parte, por la relevancia que tienen en la actualidad las comunidades pequeñas y medianas para la migración en tránsito, y por la otra, por la participación en aumento de actores antes no documentados ni contemplados en los estudios sobre migración.
En este trabajo trataremos de brindar un primer acercamiento de la importancia que tienen en la dinámica migratoria actual las comunidades pequeñas del noroeste de México, como el corredor Altar-El Sásabe, localizado en la “periferia fronteriza” del estado de Sonora. El corredor Altar-El Sásabe, comunidad de aproximadamente dieciséis mil habitantes, forma parte de esas geografías rurales olvidadas (Philo, 1992) por los estudios migratorios, y por las políticas de desarrollo regional que han favorecido al “centro fronterizo”.
[1] También intentaremos traer la voz de actores que tradicionalmente no han sido tomados en cuenta en el análisis migratorio como son los menores migrantes en tránsito por estas comunidades.
Para esto empezaremos con un breve recuento de las diferentes perspectivas en que la antropología ha abordado al fenómeno migratorio en México, enfatizando que la investigación académica han tendido a dar prioridad en sus estudios a las ciudades desarrolladas de lo que llamaremos el “centro fronterizo”. Posteriormente analizaremos la importancia del corredor Altar-El Sásabe
[2] dentro de las nuevas tendencias migratorias, presentando cómo esta comunidad se ha convertido en la sala más importante del país para la migración internacional. Por último, y sin pretender agotar el tema, nos enfocaremos en presentar la problemática que enfrentan actores migrantes en tránsito por el corredor.
Antropología y Migración
Durante la década de 1940 hasta los años sesenta, la mayoría de los estudios antropológicos en México, aunque dirigidos a analizar los aspectos culturales de las comunidades, documentaban también la migración rural-urbana; es decir, la inserción, participación, luchas, expectativas de los migrantes básicamente rurales, recién llegados a la vida urbana. Uno de los supuestos era que la gran ciudad era el destino y que el protagonista era varón primordialmente; campesino y analfabeta. Este enfoque era cobijado por los paradigmas teóricos de las ciencias sociales en esta época, basados en dicotomías de lo rural versus urbano; de la periferia al centro, etcétera. Se creía que esta migración interna frenaba la internacional, pero no fue así. En esa época se hablaban de los factores
push and pull que hacían que individuos del área rural salieran o fueran atraídos por las ciudades. Una vez en la ciudad, los migrantes serían asimilados por la cultura dominante en una o dos generaciones (Lewellen, 2002).
En los años ochenta varios autores empezaron a enfocar su atención a los cambios importantes en los flujos migratorios: esto fue la existencia e incremento de la migración de origen urbano a Estados Unidos. De esta manera, el enfoque tradicional de migración rural-urbano cambio por uno donde la migración internacional era producto de los cambios estructurales en la economía de nuestro país. Las políticas de ajuste estructural, el terremoto en la Ciudad de México y otros tantos factores que golpearon a la clase media y media baja, conjuntamente con las políticas estadounidense que fomentaban la migración, como la Ley Simpson Rodino que promovió la migración de familias enteras a Estados Unidos, fueron el contexto del incremento de la migración al país vecino.
Sin embargo, pese a los avances en documentar la migración rural y urbana internacional, este enfoque seguía cargando las viejas dicotomías, ya que éstos se enfocaban a la expulsión de migrantes, por la débil estructura económica de nuestro país, hacia el primer mundo; es decir, del tercer al primer mundo. El análisis se caracterizaba por el estudio de la migración en modelos neomarxistas, enfocados éstos en las desigualdades estructurales que mueven a la gente de países menos desarrollados a países desarrollados en busca de trabajo (Lewellen, 2002).
La idea de que motivos netamente económicos impulsa a los individuos a migrar entra en polémica cuando analizamos la heterogeneidad de las personas que migran con aspiraciones distintas. El problema con este enfoque es que limita el análisis y coloca la migración dentro de la relación económica costo-beneficio y obscurece una serie de fenómenos no comúnmente estudiados por la sociología.
Así, tenemos que a finales de la década de los años ochenta e inicio de los noventa, apareció una nueva área teórica en el análisis de la migración internacional: los estudios del trasnacionalismo. Este enfoque enfatiza la importancia de analizar los cambios de la migración desde la vida cotidiana de los propios migrantes y la institucionalización de esos cambios en la constitución de espacios y agentes sociales, que sintetizan eventos y sucesos de diferentes territorialidades (Sutton y Chaney, 1987; Portes 2003; Valdéz-Gardea y Balslev, 2007). El enfoque del trasnacionalismo, que se aleja de las grandes teorías, especialmente la teoría materialista, no ha logrado sacudirse totalmente de la seducción de los viejos modelos, enfocándose, entre otras cosas, en el análisis entre lo global y lo local, perdiendo de vista muchas interconexiones culturales, sociales y de identidad y muchos “matices de grises” que acontecen en el camino hacia lo local o lo global.
Más aún, el enfoque trasnacional no dice nada sobre la desigualdad entre las naciones en el contexto globalizador (Mclntyre, 2002) y es precisamente esta desigualdad una de las principales razones de la migración de personas y de la configuración de sitios para la confluencia en aumento de personas que producen una geografía estratégica para el proceso migratorio internacional, como es el caso de la comunidad de Altar, Sonora.
El corredor Altar-El SásabeNuestro reciente viaje por comunidades fronterizas de Sonora concluyó en Altar, antigua región minera y ganadera, con una población de aproximadamente dieciséis mil habitantes. Aunque Altar no es frontera física inmediata, pues se encuentra a una hora y cuarenta minutos de El Sásabe, Sonora, frontera con Sásabe, Arizona, desde 1994 se ha convertido en la sala de espera más importante para la migración internacional. El hecho del que el flujo migratorio haya volteado su mirada hacia Altar no es fortuito. Las políticas antimigratorias de Estados Unidos, que se han concretizado, entre otras cosas, en el aumento de la vigilancia de las zonas tradicionales de cruce, obligaron al paisano a buscar otras áreas, aun siendo éstas más peligrosas, por las altas temperaturas como las que se experimentan en el desierto de Altar.
El movimiento que se observaba en Altar contrastaba con los datos del primer conteo del censo del 2005, el cual le daba al municipio una población de 8 357 habitantes (INEGI, 2005). Sin embargo, según la Comisión Estatal de Atención al Migrante y algunas observaciones preliminares, podemos decir que la población superaba los dieciséis mil habitantes, recibiendo en temporada alta hasta dos mil quinientas personas por día.
En relación a los servicios formales establecidos en Altar, antes de 1999 sólo existían dos hoteles; actualmente están funcionando diez y tres están en construcción (Von y Pastrana, 2004). Están operando también además cinco casas de cambio, un banco, flotas de taxis y camionetas para el transporte de personas, numerosos restaurantes y supermercados y varios bares en donde se evidencian actividades de prostitución. Según cálculos municipales, entre el setenta y ochenta por ciento de los altarenses viven de la migración (Urrutia, 2004).
La llegada masiva de migrantes a esta zona ha hecho que el corredor Altar-El Sásabe sea visto como un área de negocio por personas de otras partes del país que han instalado pequeños puestos de comida regional en diferentes puntos del poblado y numerosos puestos dedicados a ofrecer todo lo que el migrante necesita: gorras, guantes, chamarras, mochilas, botas, etcétera.
Este crecimiento en el corredor Altar-El Sásabe se presume se ha dado de una manera no reglamentada, generando una problemática urbana muy fuerte en los últimos años en los servicios públicos elementales, como son agua, drenaje y recolecta de basura, sobre todo en verano, por las altas temperaturas.
El reporte del Programa de Repatriación Voluntaria
[3] del 2004 señala que la situación que prevalece en el corredor de Altar-El Sásabe se pudiera resumir de la siguiente manera: el incremento inusitado del flujo de migrantes sin documentados, el establecimiento de infraestructura al servicio de los traficantes de personas, la necesidad de incrementar la presencia y recursos de autoridades federales en funciones preventivas /disuasivas, condiciones climáticas extremas, el incremento de las actividades del crimen organizado, tales como el tráfico de estupefacientes y personas, las incursiones perpetradas por el crimen organizado, la aparición a lo largo de la frontera de los Estados Unidos de organizaciones radicales antiemigrantes con matices xenófobos y “vigilantismo” de particulares.
Migración infantilUna de las características más preocupantes del fenómeno migratorio actual es el incremento considerable de menores migrantes de 0 a 17 años de edad que cruzan por el desierto sonorense, por lo que resulta trascendental hacer una reflexión sobre los riesgos y la situación de vulnerabilidad de los menores migrantes, quienes, en muchas ocasiones, son tratados como delincuentes al momento de ser detenidos por la patrulla fronteriza, recibiendo golpes, empujones y siendo esposados. También los menores son engañados por redes de explotación sexual, además de sufrir accidentes o, incluso, la muerte al intentar cruzar la frontera. Lo grave de la migración infantil es que se da una interrupción en la facultad del disfrute pleno de sus derechos de alimentación, salud y educación.
El tema de la migración infantil no puede ser analizado sin contextualizar la situación económica y social por la que atraviesan las poblaciones más vulnerables en nuestro país. La migración infantil tiene sus raíces en el aumento en los niveles de desempleo, la crisis continua en el sector agrícola (cafetaleros y el sector cañero en Veracruz y las recientes sequías en Zacatecas) y el aceleramiento en los niveles de pobreza, lo que ha ocasionado que nuestro país no pueda absorber la mano de obra joven que busca empleos.
Lo anterior ha traído como consecuencia la movilización de personas, niños y adultos a ciudades más “esperanzadoras”, como las define Carrasco (2000: 3), refiriéndose con ello a la población que busca formas precisas para ser absorbida y consumida en la ciudad, lo que provoca que “la ciudad central y lugar de recibimiento de migrantes sea desmitificada convirtiendo a la ciudad como un lugar que brinda momentos esperanzadores adosados a las nuevas formas de construir
y apropiarse de ella”, como es el caso de las ciudades fronterizas del norte de México y Estados Unidos.
La migración de menores ha sido ligada tradicionalmente a la migración de los padres. En la época de los años ochenta, por ejemplo, debido al programa de reunificación familiar promovido por Estados Unidos, cientos de migrantes radicados en ese país tuvieron la oportunidad de reunirse con sus esposas e hijos. De esta manera, el análisis de la migración de menores estaba íntimamente relacionado con el de la de la familia. Sin embargo, este enfoque reduce la dinámica actual de la migración de menores, la cual está ligada a los cambios en las tendencias migratorias, la consolidación de redes y la heterogeneidad del actor involucrado en el mismo.
En la actualidad, la migración infantil se presenta de diferentes formas que tienen que ver con los cambios complejos que ha experimentado el fenómeno migratorio en nuestro país. Lo que es claro es que la migración rara vez es decisión de un solo individuo. La unidad domestica, el grupo familiar, las amistades o, incluso, la comunidad misma, influye en la migración de los individuos.
El fortalecimiento de las redes migratorias, la accesibilidad para llegar de un lugar a otro debido al mejoramiento de las vías de comunicación (carreteras), el incremento de nuevas rutas y líneas de transporte, la competencia en los servicios de transportación aérea que ha abaratado las tarifas y el acceso al pago de los boletos de avión a crédito, así como el rápido acceso al correo electrónico y telefonía celular, entre otros factores, ha posibilitado que individuos de todas partes del país participen en el proceso migratorio.
El aumento de la migración femenina, el incremento del abandono de las familias en México por parte del varón migrante, quien cesa la comunicación con sus familiares (esposas e hijos) y el envío de remesas (Bustamante, 2004), son, entre otros factores, las causas del incremento de la migración de menores, muchos de ellos en busca de la reunificación familiar.
Por ejemplo, entrevistas realizadas en trabajo de campo por las zonas fronterizas de Agua Prieta, Nogales, Altar y El Sásabe, a menores migrantes repatriados, a menores migrantes en tránsito por las comunidades y a los encargados de los albergues del DIF y los de la sociedad civil, muestran que la mayoría de los menores entrevistados iban en busca de la reunificación con algún familiar. Todos comentaron que tenían un pariente trabajando en Estados Unidos, en algunos casos su mamá y su papá, quienes habían realizado el trámite necesario para trasladar al menor hacia ese país.
Algunos menores expresaron haber realizado el trayecto hacia la frontera sin acompañamiento, sin embargo, en todos los casos estaba presente una red que apoyaba la decisión de migrar. Tenemos así a menores migrantes (14-17 años de edad), un grupo más independiente, que viaja solo o en la compañía de amigos o vecinos de la misma comunidad. Hay menores que viajan en la compañía de hermanos mayores, tíos o algún pariente. Como el caso de Iván, de 16 años de edad, entrevistado en el albergue del menor repatriado Camino a Casa del DIF en Nogales, Sonora.
Iván, originario del estado de Colima, tenía más de tres días en el Albergue, después de haber sido capturado por la patrulla fronteriza en su intento de cruce y trasladado a este lugar a través del Programa de Repatriación al Migrante, en espera de que algún pariente cercano viniera por él.
Iván comentó que tenía mas de un año de no ver a sus padres, quienes habían migrado a Phoenix, Arizona, para trabajar: “iba a verlos—dijo, con los ojos llenos de lagrimas—, tengo un año que no los veo, yo me quedé con mi abuela para terminar la escuela, mi tío me trajo hasta acá para no venirme solo”.
Iván fue acompañado por su tío hasta Altar, en donde éste esperaría a que Iván fuera recogido por el contacto, quien lo cruzaría, para posteriormente él regresarse a Colima. En Altar esperaron el contacto que cruzaría a Iván. La comunicación para establecer quién, cuándo y dónde se reunirán con el contacto se hizo por teléfono desde Altar. El tío de Iván se comunicó con los padres de Iván para ponerse de acuerdo con la identificación del contacto: nombre y descripción física. Los padres de Iván proporcionaron a la vez los nombres del tío e Iván, así como la descripción física (como iban vestidos, color de la ropa, del pelo, altura, complexión, etcétera) al contacto. De esta manera, al momento del encuentro entre el contacto y los migrantes, además de los rasgos físicos de identificación mutua, el primero, para mayor seguridad, debía de proporcionar también los datos de la persona que lo enviaba.
El encuentro se da regularmente en la plaza de Altar, en donde el migrante espera horas y a veces hasta días en espera del contacto. En otras ocasiones el contacto va y busca directamente al migrante en la casa de huéspedes u hotel que le fue notificado.
El establecimiento de redes migratorias sólidas en las comunidades que participan en este proceso en México, así como las redes que se establecen en las comunidades receptoras en Estados Unidos, da como resultado el flujo de información que permite que un migrante desde Phoenix, Arizona, pueda contactar a un guía para que cruce a su familiar.
Regularmente los jóvenes migrantes van en busca de la reunificación con los padres, o uno de ellos, o un hermano que se encuentra en Estados Unidos quienes financian los costos del cruce y aseguran un trabajo para el menor en el área de la construcción, jardinería, o restaurante. Por otra parte, hay jóvenes que, aprovechando el periodo vacacional de verano, intentan cruzar hacia Estados Unidos de manera temporal. La mayoría de estos jóvenes tienen algún familiar o amigo radicando en ese país, quienes los apoyan en la búsqueda de trabajo y vivienda.
Los niños migrantes menores de cinco años de edad por lo general son acompañados por un familiar cercano. Se intenta que el cruce sea lo más seguro posible, por lo que en muchas ocasiones se utiliza una visa o acta de nacimiento que pertenece a un niño con residencia legal. El cruce se hace en carro, en ocasiones los cruza un residente legal, ya sea un pariente o amigo de la familia. Los menores entre seis y trece años de edad vienen acompañados de algún familiar cercano; el objetivo es la reunificación familiar. Al igual que los menores de 5 años, los padres envían por ellos.
La migración de niños forma parte de las tendencias actuales del fenómeno migratorio caracterizado por la presencia de nuevos estados expulsores de migrantes, -- como el de Veracruz y el de Yucatán--, la heterogeneidad de los actores migrantes y el aumento considerable de mujeres migrantes. Lo anterior, en el contexto de una área fronteriza militarizada como las de Tijuana-San Diego y Ciudad Juárez-El Paso, que básicamente han “sellado” la franja fronteriza, dirigiendo el flujo migratorio a áreas más peligrosas como el desierto sonorense.
De esta manera, no es difícil explicarse porque las comunidades fronterizas de Sonora se han convertido en los principales puntos de transito para la población migrante. En el 2004, por ejemplo, el estado de Sonora ocupó el primer lugar a nivel nacional con el 56% en el número de menores repatriados no acompañados. En el 2005 cuarenta y cinco mil niños fueron repatriados en México, de los cuales veinte mil ingresaron por Sonora. De esta cantidad, seis mil setecientos fueron menores que ingresaron sin acompañamiento.
Las cifras no son alentadoras en el primer trimestre del 2006, en el cual, según los datos proporcionados por el DIF, se han repatriado un total de 2 811 niños por las comunidades de Agua Prieta, Nogales y San Luis Río Colorado.
Comparando este primer trimestre con el del 2005, tenemos que en Agua Prieta, por ejemplo, en el primer trimestre del 2005, se recibieron un total de 298 menores y en el de 2006 disminuyó a 152. En San Luis Río Colorado se recibieron en el primer trimestre del 2005 un total de 458 menores y en lo que va de 2006 asciende a 824. En el municipio de Nogales el DIF atendió durante el primer trimestre del 2005 a un total de 516 menores, mientras que en el primer trimestre de 2006 se han recibido 1 835. Se calcula que diariamente son repatriados por Nogales un promedio de cuarenta menores de edad, quienes, según la información proporcionada por el DIF, en su mayoría son menores que dijeron haber cruzado hacia Estados Unidos por la comunidad de El Sásabe, considerada el principal punto de cruce de menores migrantes, teniendo como antesala a la comunidad de Altar.
A manera de reflexión finalLa mayoría de los estudios sobre migración, cultura e identidad han sido realizados en las ciudades fronterizas más industrializadas como Tijuana y Ciudad Juárez, lo que explica la ausencia de estudios sobre las dinámicas migratorias en comunidades fronterizas pequeñas como las del noroeste de México.
A partir de la última década, la “periferia fronteriza” sonorense ha sido el principal punto de cruce para la migración internacional. Pese a eso, ésta ha recibido poca atención por parte de los estudiosos del tema migratorio, así como en relación a la implementación de políticas públicas. Este descuido e invisibilidad de la “periferia fronteriza” ha llevado a una situación real e irónica: en la actualidad son los lugares periféricos los que se han convertido en los puntos centrales de la migración y otros fenómenos asociados con el ser “fronterizo”, como el crecimiento desordenado de la población sin la suficiente infraestructura, el aumento de actividades ilícitas como la drogadicción, el tráfico de drogas, la trata de personas y el aumento en el tráfico de menores. Lo anterior se agudiza ante la falta de una política de desarrollo urbano para cubrir las necesidades de la población, lo que ocasiona, por una parte, la escasez en la prestación de servicios básicos a los migrantes en tránsito, y el crecimiento desordenado de servicios informales en las comunidades que “nadie controla, nadie gobierna y nadie ordena” (Santibáñez, 2004: 5).
En síntesis, datos actuales muestran una realidad más compleja que invita a dirigir nuestra mirada hacia la dinámica migratoria que se presenta en comunidades como el corredor Altar-El Sásabe, localizada al noroeste del estado de Sonora, la cual, debido a las políticas antiemigrantes estadounidenses, que prácticamente han sellado las áreas tradicionales de cruce, se ha consolidando como un lugar para la confluencia de personas, produciendo una geografía estratégica para el cruce internacional de migrantes provenientes de todos los estados expulsores del país.